
Creo en el derecho incondicionado de la Iglesia Católica, como cualquier agente que se interrelaciona en sociedad, a expresar su opinión y posicionarse en cualquier debate social. Por ello no me escandaliza en absoluto que plantee su opinión acerca del debate sobre la reforma de la normativa relativa a la interrupción voluntaria del embarazo y que exprese su firme oposición a la eventual extensión o reforma del derecho al aborto. Creo asimismo que no es óbice para ello el que esté financiada con fondos públicos (el que lo esté o en qué cuantía es otro debate), porque como cualquier otra asociación o colectivo que pueda recibir ayudas estatales, eso no debe implicar en ninguna medida la sumisión a los postulados del gobierno de turno. Faltaría más que ese criterio se le aplicara a Aminstía Internacional o a los ecologistas. Que eso pueda ocurrir es la expresión de un principio clave en democracia, esto es, el derecho a la discrepancia con los actos de los poderes públicos. Lamentablemente en el caso de las redes clientelares tejidas alrededor de muchas instituciones éste es un principio que se pone en solfa (como diría Rajoy "en almoneda") en bastantes ocasiones.
Ahora bien, el ejercicio de la libertad de expresión conlleva una contrapartida de responsabilidad y la asunción de que se puede ser objeto en sentido pasivo de la expresión del mismo. Deben asumir la responsabilidad de lo que dicen y la reacción pública ante ello, incluidas las críticas ante las últimas barbaridades expresadas por el Papa sobre el condón, o la crueldad con la que se aproximaron a lo que vinieron a llamar "caso del niño medicamento". Por eso no me gusta nada la campaña lanzada por la Conferencia Episcopal estos últimos días y el ruido generado alrededor de la misma.
Primeramente, la imagen en contraposición contenida en el cartel de la campaña, es de tal demagogia y simpleza que ofende. Por la misma regla de tres, en lugar del bebé podríamos haber puesto a Adolf Hitler y ya veríamos cuántos escogían al humano frente al cachorro de lince. En serio, decir que en este país un animal es más objeto de protección que un bebé es llanamente mentira y sólo puede haber detrás un ánimo manipulador que, por cierto, sitúa a los muñidores de la campaña en muy mal lugar en lo que se refiere a la confianza en la fortaleza de sus argumentos. Poco confían en sus razones si ya de antemano acuden a un zafia manipulación.
Por otro lado, se sitúa el debate en un punto falso. La despenalización del aborto (en definitiva estamos tan sólo hablando de si una mujer debe ir a la cárcel por abortar o no) es una realidad en España de hace muchos años y de muchos más si hablamosde prácticamente toda Europa. Luego no nos hallamos ante un hecho nuevo que se esté discutiendo de comienzo. El debate sólo se puede situar en cuanto a los términos de la reforma o su extensión, porque si hablamos de otra cosa, entonces deberían explicar muy claramente que se enfrentan a TODO el arco parlamentario, puesto que el consenso ante la actual ley es y ha sido unánime.
Por último, hablando de las reacciones, esa tendencia victimista que últimamente se observa en la Iglesia (en sentido lato) es irritante. Ante las primeras críticas a su posición, la cantinela de la supuesta persecución a la Iglesia se ha empezado a volver a escuchar. Escuchaba al presidente de la Junta pro Semana Santa de Salamanca decir que "¡ya está bien de ataques, quieren que traguemos con todo!". No, si le parece a partir de ahora las leyes las hacen entre Rouco y usted, y los demás, por supuesto, no podemos ni opinar ¿Pero de qué persecución hablan, qué es lo que tienen que aguantar? ¿Qué la gente opine, qué no les den la razón? ¿Qué un partido legisle siguiendo su programa?
Esto de la persecución, si se me apura, es incluso una falta de respeto con los miembros de la Iglesia que arriesgan su vida en muchos países y con la historia misma de su institución, llena de sombras, pero también de algunas luces y personas y hechos memorables.