viernes, 26 de febrero de 2016

RAZONES PARA UN ACUERDO


Hay quien ha repetido hasta la saciedad durante estos meses, para desdecirse estos días,  que la realidad política española no se puede explicar y aún menos dirimir en el “eje izquierda-derecha”. No iré yo tan lejos. Creo que la variable izquierda-derecha sigue siendo un elemento perfectamente útil para situar a los agentes políticos, pero sí creo que no es la única para resolver políticamente la situación que vive nuestro país.

En efecto, las urnas han producido una situación en el parlamento que exige de grandes acuerdos para desbloquear matemáticamente la posibilidad de formar Gobierno y esto necesariamente implica esforzarse en buscar coincidencias más que diferencias. Mucho más habida cuenta de que todos los estudios no predicen un resultado muy diferente si se repitieran las elecciones.
Soy de la opinión de que el interés, por encima de la “puridad ideológica”, es  en lo inmediato dar una salida a una situación que se ha tornado en irrespirable. No es ya el bloqueo institucional, es la absoluta necesidad de apear de las instituciones a un PP acribillado por la corrupción y dirigido por un Rajoy que ha sido factótum durante todo este tiempo. De la misma forma que hay que recuperar los servicios públicos básicos y al menos reequilibrar socioeconómicamente un país donde las diferencias entre privilegiados y los demás se han disparado. La última y no menor responsabilidad, es regenerar nuestras instituciones.

Entiendo que desde el PSOE hemos cumplido con nuestro deber estas semanas. Más allá del éxito final, no se puede acusar al PSOE o a Pedro Sánchez de haberse puesto de perfil. No lo digo tanto por contraposición a la irresponsable espantada de Rajoy, sino a la propia idea de que el mandato del jefe del Estado era encontrar un acuerdo que permita formar Gobierno.
El pasado miércoles el PSOE y Ciudadanos hicimos público un acuerdo de investidura sustentado sobre un amplio contenido programático. Quiero ser sincero: del acuerdo hay cosas que me ilusionan (la parte relacionada con la Cultura me parece que plantea logros históricos), otros que solo me gustan y alguna parte me gusta menos. Pero la pregunta que importa es: ¿globalmente el texto es positivo, el país que dibuja es sensiblemente mejor que el que tenemos en este momento? Y la respuesta es: rotundamente sí.

Preferiría eso sí no haber tenido que pactar, preferiría que tuviéramos (blasfemia) mayoría absoluta y aplicar solo nuestro programa. Y si no, alternativamente, un pacto de izquierdas. Pero la aritmética es tozuda, la posibilidad de formar gobierno solo existe poniendo de acuerdo en lo esencial a fuerzas políticas que ideológicamente tienen muchas diferencias, pero que pueden compartir lo esencial de lo que he señalado más arriba.


Hoy ya podemos dividir el espectro político español en dos grandes grupos: el del inmovilismo cómodo y el de aquellos dispuestos a tejer una acuerdo pese a que conlleve alguna dificultad. No parecen muy razonables aquellas posturas en las que la mayor parte de sus peticiones o planteamientos son de cierre, de bloqueo y exclusión de otras fuerzas. O al menos no lo parecen si lo que se pretende realmente es buscar un acuerdo.
Lo que tampoco parece razonable es que después de estar esperando casi 20 días para sentarse en una mesa con el PSOE -y eso después de que se les forzara por parte de otras fuerzas políticas- y de apenas una reunión y media, alguien se levante directamente de la mesa sin intentar por todos los medios buscar coincidencias con el texto conocido, o al menos decir en qué debería cambiar para poder avanzar.

A los socialistas y a Pedro Sánchez seguro que se nos pueden recriminar muchas cosas y sería una osadía pensar que acertamos en todo, pero nadie puede negar seriamente que la búsqueda de un acuerdo se ha realizado  con sinceridad, honestidad y coherencia. Ningún principio de justicia de progreso ha quedado en entredicho en el acuerdo alcanzado; es más contiene la enorme virtud de ser integrador y abierto a otras organizaciones y partidos políticos. Pero el momento y las necesidades de España exigen que esto no sea suficiente.

Pedro Sánchez no puede, no debe buscar un liderazgo político sustentado en la imposición de sus posiciones, sino fraguar una presidencia capaz de aunar voluntades diversas. El país necesita un gran impulso y los grandes temas económicos,  sociales e institucionales exigen la concurrencia de muchos actores con perspectivas muy diferentes e incluso con diagnósticos divergentes. Y se equivocan quienes han planteado desde el primer momento  el acuerdo desde la exclusión. No debemos olvidar que la propia existencia del Estado de bienestar es producto de acuerdos y la transacción entre fuerzas conservadoras, liberales y progresistas.

El contenido del acuerdo anunciado es razonable y positivo. Es coherente y puede ser la razón para construir sucesivos anexos con otras fuerzas.  Hay un hilo conductor, un relato bajo el que se dibuja una legislatura de cambio para España y alienta la suma de voluntades sociales, empresariales y cívicas en avanzar en las reformas y mejoras que necesita. Claramente impone una agenda que restaña muchas de las heridas provocadas por los recortes y abre la posibilidad a la ampliación de derechos y del catálogo de bienestar. Y también creo que se prevén propuestas para  prevenir  futuras y nuevas caras de la desigualdad.

Como socialistas, como progresistas, apoyar este acuerdo es el camino para poner las bases en el objetivo de lograr la regeneración y reconstrucción económica, cívica  y social, de España. Y lo es tanto la posibilidad de incorporar más propuestas, ópticas diferentes y completar el que puede ser un gran acuerdo para generaciones. Y puede que (enunciaré otro anatema, por qué no soñar) un PP renovado y regenerado desde la oposición, pueda acabar participando de la construcción de un modelo de país del que sería un error que se descolgaran los millones de ciudadanos por ellos representados.

Los españoles miramos al norte de Europa con anhelo y admiración. Quedamos obnubilados ante su estado social y gozamos cuando vemos en la teleserie danesa “Borgen” cómo las fuerzas políticas son capaces de tejer acuerdos en las cuestiones esenciales. Hasta que volvemos a nuestra propia realidad y nuestro primer instinto es sacar el garrote goyesco. Avanzar en esta coyuntura exigirá subrayar la cultura del pacto, por supuesto sin renunciar a principios esenciales. Es lo que la ciudadanía española nos ha encargado.