lunes, 1 de marzo de 2010

ÉTICA SITUACIONAL


Éste es el concepto que modela el autor del libro “El Holocausto Asiático”, para referirse a esa ética maleable como la plastilina que practican los colaboracionistas en los regímenes autoritarios. Después de un sinfín de paginas dedicadas a referir el comportamiento del Ejército Imperial Japonés desde la invasión de Manchuria hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, y siendo esta obra el colofón de una serie de estudios sobre el genocidio de los regímenes totalitarios de la primera mitad del siglo XX, se pregunta el escritor cómo los actores individuales se comportan en estas sociedades.

El autor –y recomiendo vivamente su lectura porque consigue montones de testimonio inéditos y desgarradores, algunos de los mismos verdugos- aborda el asunto a través de entrevistas personales a soldados japoneses, funcionarios imperiales, responsables de campos de prisioneros…y concluye que nos hallamos ante sujetos esencialmente “normales”, no malvados. Sujetos que – no importa dice el escritor si estamos en el Pacífico, en las orillas del Rin, en la Plaza Roja de Moscú- poco después están perfectamente adaptados a valores radicalmente antitéticos a aquellos que imperaban cuando cometieron acciones aberrantes; sujetos que individualmente adaptan su código de conducta personal para poder mantener su conciencia intacta.

Estamos ante la “ética situacional”, la que permite con la misma tranquilidad apretar el botón que acciona una cámara de gas y unos pocos años más tarde votar con entusiasmo leyes antinazis. Lo curioso del fenómeno no es la constatación de que en esas situaciones la mayoría se adapta y trata de sobrevivir, no. Lo curioso es que la característica común (con pocas excepciones) es la sincera ausencia de culpa posterior, por considerar que estaban en la obligación de comportarse tal y como dictaban las normas y la moral imperante. Y aún más, que todavía hoy abominan de los pocos que individualmente no se sometieron al imperativo de los tiempos y que todavía hoy, siguen considerando traidor o un cobarde indeseable al único miembro de su pelotón que se negó a participar en una matanza colectiva tras la caída de Nankin. De esta suerte, no sólo se aseguran una larga vida de paz consigo mismos, sino que condenan al ostracismo eterno a la minoría que se negó a abjurar de sus principios y pagó eso con su vida o con el aislamiento social.

Ponía en valor el autor la importancia de codificar internacionalmente el compendio de valores humanos y universales, para que así, cuales fueran los acontecimientos “nacionales”, nadie tuviera individualmente ningún tipo de coartada ética ante su comportamiento personal.

Pensaba en lo atinado y en lo universal e intemporal de la formulación, durante estos días. No hace ni unas semanas que se rehabilitó la memoria pública de los militares que durante la dictadura franquista constituyeron la Unión Militar Democrática (UMD), con la intención de impulsar el cambio político y de valores desde el seno del ejército. Se trataba de un compromiso valiente y peligrosísimo, desde el mismo corazón de “la bestia”, del garante del régimen totalitario. Tanto es así, que finalmente fueron encarcelados, expulsados del ejército…pagaron su compromiso con los valores democráticos de hoy con su sacrificio personal. Lo delicado de la transición democrática ha impedido hasta este momento rehabilitar a estos héroes de manera completa. Cerramos un capítulo más de la normalización democrática de este país, que está casi completa.

Pero lo curioso es que el patrón se repite. No importa que hayan pasado prácticamente 40 años, no importa que los valores que hoy sustentan nuestro régimen son los que en aquel momento defendieron los homenajeados de hoy. Una vez más funciona la “ética situacional” y aquéllos que en aquel momento eran parte activa o pasiva de un régimen dictatorial y que luego adaptaron sus valores – estoy convencido que sinceramente en su gran mayoría- a la democracia, no perdonan ni hoy a los que en aquel momento se separaron de la mayoría, a los que consideraron traidores. No hablo de algunas resistencias en el seno del ejército, que son hasta esperables. Lo que realmente me descolocó es un PP que se abstuvo en la comisión parlamentaria en la que se propuso la medalla. Son esas cosas que me siguen sinceramente (y es injusto generalizar, lo sé) impidiendo normalizar al PP como un partido derechista moderno. Pocas cosas más claramente nos deberían unir, entiendo, que el homenaje a los pioneros del cambio democrático en España. O igual estoy equivocado…

Como contraste, leía hace poco tiempo el devenir profesional de militares participantes en el 23 F. Nada ha impedido que la práctica totalidad se les reincorporara en poco tiempo al servicio activo, sin degradaciones de rango y con las correspondientes medallas y distinciones, o que a Milans se le enterrara como un héroe en el Alcázar de Toledo.

Sólo espero que en esto y en otras cosas, sólo nos hallemos ante las réplicas cada vez más débiles del terremoto que supuso el cambio de régimen en nuestro país.

sábado, 13 de febrero de 2010

EL "MARICHALAZO"



La pasada semana pudimos ser testigos de una de esas escenas que por su estética pueden marcar una época, identificar por sí mismas toda una era, un tiempo. Ocurrió con las imágenes de Amstrong paseándose por la Luna, la entrada de Castro en La Habana, los equilibrios de beodo encima de un tanque de Boris Yeltsin en las calles de Moscú, la caída de la estatua de Sadam en la toma americana de Bagdad…

Son instantes congelados que se quedan en nuestra retina y que le sirven a un redactor perezoso para no tener que estrujarse mucho la cabeza a la hora de decorar una información.

La de la semana pasada las supera a todas. Me refiero a la salida de la estatua de Jaime de Marichalar (“Maricharlar” desde aquél especial de Martes y Trece hace tantos años) del museo de cera de Madrid.

La cobertura ha sido digna del calibre del acontecimiento y así no ha habido telediario, página web o periódico que no se hiciera referencia y mostrara imágenes del acontecimiento. Así pudimos saber el común de los mortales, que ya la estatua había sido castamente alejada del lugar en el que reposa la familia real de cerumen, de la forma más discreta , en tanto en cuanto no se le daba solución definitiva al stand by sentimental en el que se encontraban la infanta Elena y su ya exmarido.

Realmente (valga la redundancia) no sé que es mejor, si la salida de la estatua en brazos de una operaria a vaya usted a saber dónde o la solución intermedia que se había dado. No sé quién es el director del museo, pero lo que está claro es que es un cachondo.

El escogerle nueva ubicación cuando se anunció el “cese de la convivencia” de la pareja y decidir apoyar al sujeto en la barrera de un coso taurino de pergolete, es una idea tan genial que no puede haberse tomado en serio. Invito a observar la estampa del exinfanto reclinado en mitad del torerío con ese traje más propio de una enterrador y esa expresión en la cara que, mejorando la real, puede cortar una digestión a medio terminar.

Siempre me han fascinado figuras del estilo, pero la de Maricharlar es el epitome de todas ellas. Esa estampa y comportamiento de aristocracia de provincias cutre, venido a más en la intrasociedad madrileña casposa y más cutre, requiere un estudio más pormenorizado. Un absoluto arquetipo clasista, facha esencialote y pretendidamente icono de la moda pijil, que seguro que al conocer, invita más a clasificarlo para su estudio que a saludarlo.

La imagen de su salida del panteón de los vips nacionales ha tenido que ser un golpe duro para quien, ya de no destacar por su espíritu aventurero (excepción hecha de sus viajes “democratizadores” a Cuba) como el tarzán de su hermano Álvro (creo que es el hermano) y sus desafíos extremos en moto de agua, al menos había sabido casarse bien.

Qué estampa la de D.Jaime sacado a hombros de su improvisado coso, triunfando como los toreros, con esa expresión inmutable y la inverosímil posición del brazo que invita a pedirle una caña y unas gambas.

Bueno, que me pierdo, que el personaje me encanta, observadlo por vosotros/as mismos/as.

Por cierto, ¿qué harán con la estatua, la tirarán a un contenedor, harán velas con ella…?


http://www.youtube.com/watch?v=tcch_34G_I0

martes, 9 de febrero de 2010

"UNA TERTULIA INESPERADA"


Me apetecía transmitir un vivencia muy personal y que, pese a que comprendo que tiene traducción explicación en toda su magnitud, me llenó de gozo. Pero supongo que para eso están los blogs personales, ¿no?, para rebozarnos en todo nuestro "frikismo" cual gochín en la piara.

Los/as que hayáis leído "El Hobbit" seguro que recordáis el primer capítulo del libro, en el que Bilbo Bolsón está de lo más tranquilo en casa, cuando un mago le comenta que pasará a visitarle unos días más tarde junto con otro amigo amigo suyo, un enano. Ese mismo día, el desventurado hobbit recibe la esperada visita y les ofrece un té y sus mejores viandas. A partir de ahí, uno a uno o en grupos más grandes, alegando el mago que no se acordaba muy bien de que iban a venir, se van incorporando enanos y enanos, hasta que se juntan (creo recordar) hasta 13 enanos en el agujero hobbit, acabando con toda su reserva de té, cerveza, comida y tabaco para pipa de la Cuaderna Oeste, acabando por demás con su apreciadísima tranquilidad.

Pues bien, la pasada semana había quedado en un bar situado en la Plaza de San Marcelo, en "El Capricho", que para quienes no lo conozcáis, pasaría por un buen trasunto de agujero hobbit, con unas escaleras que bajan a una especie de sótano acogedor, forrado con maderas y repleto con los más deliciosos manjares.

Decía que no bien llegado, comprobé que un par de compañeros munícipes habían llegado antes y se encontraban hablando con un funcionario municipal y su mujer. Aquél se apresuró a convidarme a una consumición, explicando que estaba en ronda, consumición que sin más acepté, sin más apreciaciaciones por parte de nadie.

¡A partir de ahí, os prometo que la más vívida imagen del libro, después de tantos años, se me fue formando en la mente! Uno tras otro, con un breve intervalo que hacía más teatral la escena, fueron llegando hasta cuatro personas más, que en ese lugar tan pequeño iban abarrotándolo! ¡El pobre funcionario fue consecuentemente haciendo ofrecimientos a uno, dos, tres...en el cuarto la cara era ya un poema y su risa nerviosa, por el tamaño que estaban tomando los acontecimientos y sólo en ese mismo momento procedimos a tranquilizarle!

Valga este comentario para agradecerle a este particular Bilbo Bolsón la invitación y mucho más por la recreación de un cuadro tan querido para mi.

jueves, 4 de febrero de 2010

La Muerte y la Doncella


Hace unos cuantos años que vi la película de Polanski ( el lío con el sujeto en cuestión lo dejamos para otra ocasión) y me dejó pegado prácticamente todo. La historia, la música de Schubert y el duelo memorable entre Sigourney Weaver y Ben Kingsley (el interpretativo y el de la propia historia)...sí, creo recordar que había otro señor por ahí, pero que tampoco molestaba mucho.

Hace unas semanas asistí como espectador a la interpretación teatral de la obra, que va recorriendo diferentes puntos de España.
Sé que es inevitable referenciarse a la película, con la ventaja en favor de ésta de la más variada gama de recursos que tiene a su disposición el séptimo arte; pero entiendo que el teatro tiene los suyos propios.

Dicho esto... Luisa Martín (alias "La Juani" de médico de familia) desplegó una interpretación que haría palidecer a la mismísima Sigourney Weaver...del desmayo que le entraría al verla ¡qué manera de trasformar un personaje poliédrico, complejo, incluso contradictorio, pero siempre capaz de producir empatía, en un compendio de histerismos que por momentos (y ya es difícil que te pase con la historia en cuestión) producía hastío del personaje.
Por no hablar de su marido en la ficción del que, a diferencia del que dije anteriormente, me acuerdo perfectamente... de él y de toda su familia, porque tiene que ser el vehículo a través del que consiguió el papel en una producción de estas características; éste sí que molestaba.
Sólo un Emilio Gutiérrez Caba genial, conseguía mantener la dignidad de la obra con la construcción de ese médico, aparentemente sencillo y amable, que proyecta una sombra monstruosa.

Apenas un sentiemiento consiguió superar mi aburrimiento y decepción durante buena parte de la obra: la perplejidad. Lejos de apreciar lo que comento, el público prorrumpió en una sonora ovación a la actriz protagonista.

Ya se sabe, cómo le vamos a hacer un feo a la Juani, es tan entrañable...