Era ya
su segunda cita y no quería estropearlo esta vez. En la primera ocasión, le
había tocado como pareja un “siniestro” y cuando todo parecía avanzar en la
dirección adecuada, acabó por frustrarse. Fue una cena en la que su cita le
había desgranado la serie completa de referencias culturales que formaban el
epicentro de su vida; cosas que él, ni entendía ni le preocupaban lo más
mínimo. Pero le veía tan sincero -era el rasgo que más apreciaba en las
personas- que astutamente había optado por alabar uno tras otro sus gustos, lo
que al otro le animaba a hablar cada vez más. Tampoco es que le gustara ni su
aspecto ni su forma de vestir, pero es que esa sinceridad (la del otro) era
irresistible.
Fue
cuando pasaron al “confesionario” que aquello se fue al garete. Todo empezó
bien, danzaban al ritmo de unos alaridos propios de matanza de San Martín, una
pieza que su pareja había elegido especialmente para ese momento; sus cuerpos
cada vez se acercaban más y él calculaba ya mentalmente el ángulo que debería
tomar para poder alcanzar los labios del otro (a través de la armadura de
piercings que protegía su boca). Y entonces él se agobió con tanta penumbra y preguntó
en alto al “súper” si podrían subir un poco la luz. Como un resorte su cita se
separó de él, airado y farfullando juramentos. Para él era una especie de
ofensa, por lo visto, que un amante de la luz siquiera pretendiera tocarle. Y
allí se terminó todo.
Pero
aquí estaba otra vez. Cuando pensaba ya que el amor era una estación lejana por
la que su tren había pasado a alta velocidad, ahí estaba su querida televisión,
pronta para darle otra oportunidad. Esta vez le había tocado una chica y a ella
también le gustaba hablar y hablar. Era además muy profunda. Decía cosas como
que “el mundo conspira para que consigas
tus sueños”, o como “cree en ti y
cualquier cosa será posible”. Todo le sonaba muy bien. Ella decía que su
filósofo favorito era un brasileño de cuyo nombre él se olvidó enseguida. Él,
como de costumbre, hablaba poco y observaba, presto a ir afirmando cada
oportunidad a su alcance para afianzar la cita.
-
Bueno, ¿Qué tal? ¿Qué te parece Yenni? -
le preguntó el súper cuando, emocionado, se fue tras 10 minutos de cena a
desahogarse al confesionario.
-
Maravillosa, la veo una chica muy sincera-. La sinceridad era lo importante y
era una cosa que se percibía con las primeras frases. Eso era lo que él veía
que remarcaban siempre los participantes en las citas.
Cuando
volvió a la mesa, Yenni tecleaba en su teléfono. Él no dejó de admirarse de lo
cada vez más grandes que eran las fundas de móvil. Aquella lo era tanto, que
parecía una proeza sostener el teléfono solo con dos manos. No menor hazaña
debía de ser alcanzar la tecla deseada en la pantalla, teniendo en cuenta
aquellas uñas de fantasía que le hacían tener que escribir a cierta distancia para
poder maniobrar con los dedos. Él se sentó en la mesa y dejó que terminara lo
que estaba haciendo, observándola con una sonrisa en la boca. Ella se dirigió a
él de repente.
- Mira,
he subido una foto tuya y un audio con mis impresiones a “Glimpsetalk” y los comentarios no son muy buenos.
Estaba ahora discutiendo con una de mis mejores followers y no lo ve. Y yo, la
verdad, tampoco. Me voy a levantar ahora mismo y voy a subir un selfie con una
de mis frases favoritas: “No te impacientes.
Como dijo el camellero: como a la hora de comer”. Lo siento.
Y con
ello, se metió en la boca una última cucharada de pudding y se alejó de allí
masticando. Él se quedó desolado una vez más, llorando, mientras el súper se
acercaba a su mesa y le cubría los hombros en un abrazo.
Qué
cerca había estado y que efímera es la gloria. Fortuna imperatrix mundi. Años de preparación y estudio, años de
ensayos, semanas de castings... Ella sola frente al roscón, el sueño de su
vida. Aquello para lo que había nacido y para lo que su vida tenía sentido. Y
esa última pregunta para conseguirlo o perderlo todo.
- Con
la A, medio de locomoción a ruedas y con motor de explosión.
Se
había quedado bloqueada.
-
Aaaaaaaa....aaaaaa....
- Se
acaba el tiempo, es la última letra y hay que responder.
-
Aaaaaaa
- ¡Vamos!
-
Aaaaaa... ¡AMOTO!
Se le vino
el mundo encima. No era perder, eran las risas del público, las carcajadas del
presentador -que con un hilo de voz entrecortada consiguió contestar al fin
“automóvil”-. Bajó del púlpito donde estaba a toda prisa y se retorció un
tobillo con el tacón, lo que no le importó para salir corriendo del plató. No
le importó nada que los regidores le insistieran en que se quedara al menos
hasta la publicidad. Ni recordaba cómo había vuelto a su casa (bueno, a la de
sus padres, con quienes vivía). Tras recibir las condolencias de sus
progenitores y comprobar que redes y televisiones estaban inundadas con su
“minuto de gloria”, optó por encerrarse en su habitación y desconectar cada
aparato de comunicación. Hasta su querida televisión. Y a llorar.
- Hija,
sal a dar un paseo, que hoy además está nevando y está todo muy bonito. Así ves
la decoración navideña rococó-abelina que ha puesto este año el Ayuntamiento.
Seguía
hundida, pero la verdad es que ya eran muchos días tirada en su habitación.
Finalmente, a media tarde, decidió salir a dar una vuelta. Al fin y al cabo,
entre tanta gente y con un gorro y una bufanda bien calados, era difícil que
nadie la reconociera. Salió así a la calle y se dirigió al centro, atestado
cuando lo alcanzó. Nevaba suavemente y la noche ya iba cayendo antes de que uno
se diera cuenta de ello, como siempre ocurre en fechas invernales. Una gran
pantalla dominaba la plaza, por ella iban pasando videos de anuncios y
curiosidades. Se le revolvió el estómago cuando repentinamente pasaron un “gif”
del momento de su tropezón al torcerse el tobillo, presidido con un emoticono
de sonrisa y un “hastag”: #AMOTO.
Se
quedó mirando la imagen, paralizada, y tras unos segundos ésta al fin cambió. Se
embutió entonces aún más el gorro en la cabeza (era uno de esos con pompón) y
aceleró el paso, sin ninguna dirección preconcebida. Las luces de Navidad ya
estaban encendiéndose y la claridad era notable. Pasó al lado de una tienda de
electrodomésticos y se detuvo a mirar el escaparate. Era inútil rechazarlo, era
ver una televisión y no poder separar la mirada.
Por la
tele estaban pasando “First Mates”, el programa ese de citas a ciegas alrededor
de una mesa, decano de la televisión. La verdad es que era una de las
colecciones más curiosas que se podía ver en la tele. Lo era tanto, que era
hasta divertido verlo así, sin sonido, solo contemplando la extravagancia
estética y los gestos de muchos de los participantes.
No pasado más de un minuto, le pareció percibir sollozos, entre tanta música y jolgorio callejeros. Miró justo a su lado y vio cómo un chico, de apariencia frágil, lloraba y lloraba mientras no apartaba la vista de las televisiones. A ella se le removió algo por dentro.
- No
estés triste- le dijo, y se acercó a él hasta tocar con su hombro el suyo.
Él la
observó con sus ojos empapados y ella lo hizo a su vez, cruzándose sus
respectivas miradas. En un arrebato y sin saber por qué, ella tomó su
enguantada mano con la suya , también enguantada.
- Me
pareces muy sincera, me gusta la gente sincera. - Le dijo él.
Ella
asintió, apretando aún más su mano en la suya, y ambos volvieron a mirar el
escaparate. Él había dejado de llorar y apoyó su cabeza en el hombro de ella. Y
así se quedaron.
Los
villancicos seguían sonando y las luces navideñas competían ya con el mismo sol.