-¿Cómo que 10 euros por el café, ya ha vuelto a subir?-
Se cuidó mucho de solo pensarlo y pagó religiosamente.
Después ya solo tendría que esperar 20 minutos de pie a que dijeran su número
y, con suerte, no abrasarse al coger el vaso de plástico por donde no debía
(como siempre). La verdad es que era todo una jodienda que podía haberse
evitado con simplemente cruzar la calle y entrar en el bar de enfrente, siempre
lo pensaba después, ¿pero quién se resiste a consumir en la cadena de moda? Es
cierto que quizá pagara 8 euros más de lo que valía el café (tirando por lo
bajo), como también que la cola para ordenar el servicio cada día que pasaba
semejaba más la del último avión alemán de Stalingrado y, aún peor, estaba la
imposibilidad absoluta de conseguir una mala silla; pero bueno, no imaginaba
nada más realizante que poder pasear estilosamente con el vaso agarrado en la
mano, marca bien visible, por las calles principales de la ciudad.
Fue al poco de salir cuando vio a ese extraño sujeto.
Bombín, traje oscuro, bastón en mano y mostacho de morsa, no era un tipo
habitual de ver. El hombre iba moviendo la cabeza mientras miraba al suelo y
avanzaba a paso rápido, como atrapado en sus pensamientos. –Será un “minijipster”
de la primera hornada-, pensó ella al verlo mayor y tan bajito, y siguió
andando. No era fácil avanzar por momentos, la gente se apelotonaba en las
calles centrales de la ciudad para las compras de Navidad.
Ya volvía a nevar, al menos las manos las tendría calientes
con el café. Siguió caminando, tampoco tenía mucho que hacer y había que
sacarle la máxima rentabilidad al recontrafrapuchino que había comprado (la
rentabilidad se medía en paseos). Se paró un momento en la tienda de electrodomésticos
y quedó fascinada con la nueva
televisión de chorrocientas pulgadas cuyos extremos de la pantalla, de tan
ovalados, amenazaban con prácticamente tocarse. Con tanto óvalo bien, lo que se
dice bien, no es que se viera la imagen, pero por supuesto que no tardó más de
10 segundos en pensar que la necesitaba en su casa. Calculó mentalmente cuánto
equivaldría su precio en cafés. Se
fijó un momento en la pantalla, parecían retransmitir imágenes de algún canal
de noticias. La escena era dantesca: humo, casas derruidas, cuerpos en el suelo.
La caligrafía árabe de algún cartel le hizo enseguida pensar en Oriente Medio,
en el Norte de África, o en Irán, la verdad es que no distinguía muy bien un
sitio de otro y aunque le daba pena, estaba tan lejos…
Continuó avanzando, ya con muchas dificultades, por una
calle cada vez más atestada. En un momento dado el apretujamiento era tan
grande, que solo alcanzó a levantar la cabeza buscando respiro. Cuando miró
hacia arriba inmediatamente una cosa captó su atención. ¿Qué era aquello? ¿Un
globo grande? No, se llamaba de otra manera…¡sí, un zeppelín! Era la primera
vez que veía uno, no sabía en verdad que esos artilugios siguieran existiendo.
Seguramente fuera una atracción del ayuntamiento para estas fiestas, era muy
original.
La presión humana disminuyó y pudo doblar la esquina para
enfilar otra de las calles principales. Eran muy bonitas también esas farolas
retro que debían de haber instalado estos últimos días, porque no las
recordaba. Estaban encendidas pese a ser pleno día, aunque no era de extrañar
porque apenas había luz. Era un día especialmente plomizo y gris, aunque ahora
que lo pensaba, más que gris era como si fuera en blanco y negro… ¿Dónde iría
ese tipo con levita? Pasó al lado de unos adolescentes que estaban importunando
a un mendigo. El pobre no tenía suficiente con estar en la calle en plena
nevada, con estas temperaturas y además tenía que soportar a esos niñatos.
Pronto se arrepintió de haber observado demasiado, porque inmediatamente los
chavales modificaron su atención, prácticamente pegándose a ella mientras
caminaba y profiriendo una serie de obscenidades que le hicieron enrojecer.
Aceleró el paso, eran intimidantes y además nadie parecía sentirse concernido
por la situación a su alrededor. Solo la dejaron cuando advirtieron la cercanía
de un policía municipal que caminaba en sentido justo contrario. Esa gorra, ese
uniforme, el policía parecía salido de una escena de postal antigua, estos del
ayuntamiento se aplicaban a conciencia con el escaparate navideño…
Un mozalbete tocado con una gorra estaba ofreciendo
periódicos a los viandantes y tomó uno. Se paró un momento para ver la portada,
intentando arreglárselas para que el vaso de café no se le cayera de las manos.
La estampa que mostraba, en blanco y negro, era para echar a correr si no fuera
por lo habitual que ya se hacía ver según qué cosas: un asesinato de un
diplomático europeo en Oriente, tensiones nacionalistas…hasta parecía haber
nacido un nuevo partido político radical, de cuyo multitudinario acto de inicio
traía el periódico noticia como principal en la portada. Se podía ver sobre un
atril a un hombre disertando, del que destacaba su expresión arrobada, unos
anteojos redondos bastante pasados de moda y un magnífico mostacho. En la portada,
por lo demás, la enésima referencia al problema de esos refugiados que no
paraban de crear problemas y de los que nadie realmente quería hacerse cargo.
Enrollando el periódico, decidió seguir avanzando y doblar
en la siguiente esquina, para así volver a contemplar el escaparate de aquella
televisión que tanto le había fascinado. Por fin llegó, tenían sintonizado el
mismo canal de noticias y aparecía en imagen la fotografía de un tipo con
intensa mirada de loco y bigote recortado. No entendía muy bien lo que ponían
las letras que pasaban debajo. ¿”Putsch”? ¿Qué es eso?
No le dio más vueltas y volvió a soñar con la estampa que
haría ese aparato en su minipiso. ¿Realmente tendría buena perspectiva
observando la imagen a un metro, la máxima distancia que podía conseguir en su
salón? Seguro que sí y, en todo caso, ya se preocuparía de eso cuando la
tuviera en casa. En ese momento decidió que era el mejor regalo de Navidad que
podía hacerse, que qué mejor manera de gastar sus últimos ahorros, al fin y al
cabo todavía le quedaban 2 meses de subsidio de desempleo. Y pagar la
calefacción…bueno, la calefacción no era tan vital en un sitio tan pequeño.
Para eso había mantas.
Decidió volver a casa y emprendió camino. En una fachada
había un gran cartel felicitando las fiestas. “Feliz Navidad y…”, comenzaba,
continuando con el inevitable “feliz año nuevo…” Un momento, ¿qué ponía? ¿2017…1917…1927...?
Felices Fiestas y Feliz Año 2017. Lo mejor de todo es que
tenemos un año por delante para hacer las cosas mejor y arreglar bastantes
desaguisados.
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Ya me has convencido del todo: no vuelvo a tomar un recontrafrapuchino.
ResponderEliminarGenial artículo! Iván Castro
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