Hay quien ha repetido hasta la
saciedad durante estos meses, para desdecirse estos días, que la realidad política española no se puede
explicar y aún menos dirimir en el “eje izquierda-derecha”. No iré yo tan
lejos. Creo que la variable izquierda-derecha sigue siendo un elemento
perfectamente útil para situar a los agentes políticos, pero sí creo que no es
la única para resolver políticamente la situación que vive nuestro país.
En efecto, las urnas han
producido una situación en el parlamento que exige de grandes acuerdos para
desbloquear matemáticamente la posibilidad de formar Gobierno y esto
necesariamente implica esforzarse en buscar coincidencias más que diferencias. Mucho
más habida cuenta de que todos los estudios no predicen un resultado muy diferente
si se repitieran las elecciones.
Soy de la opinión de que el
interés, por encima de la “puridad ideológica”, es en lo inmediato dar una salida a una
situación que se ha tornado en irrespirable. No es ya el bloqueo institucional,
es la absoluta necesidad de apear de las instituciones a un PP acribillado por
la corrupción y dirigido por un Rajoy que ha sido factótum durante todo este
tiempo. De la misma forma que hay que recuperar los servicios públicos básicos
y al menos reequilibrar socioeconómicamente un país donde las diferencias entre
privilegiados y los demás se han disparado. La última y no menor
responsabilidad, es regenerar nuestras instituciones.
Entiendo que desde el PSOE hemos
cumplido con nuestro deber estas semanas. Más allá del éxito final, no se puede
acusar al PSOE o a Pedro Sánchez de haberse puesto de perfil. No lo digo tanto
por contraposición a la irresponsable espantada de Rajoy, sino a la propia idea
de que el mandato del jefe del Estado era encontrar un acuerdo que permita
formar Gobierno.
El pasado miércoles el PSOE y
Ciudadanos hicimos público un acuerdo de investidura sustentado sobre un amplio
contenido programático. Quiero ser sincero: del acuerdo hay cosas que me
ilusionan (la parte relacionada con la Cultura me parece que plantea logros
históricos), otros que solo me gustan y alguna parte me gusta menos. Pero la
pregunta que importa es: ¿globalmente el texto es positivo, el país que dibuja
es sensiblemente mejor que el que tenemos en este momento? Y la respuesta es:
rotundamente sí.
Preferiría eso sí no haber tenido
que pactar, preferiría que tuviéramos (blasfemia) mayoría absoluta y aplicar
solo nuestro programa. Y si no, alternativamente, un pacto de izquierdas. Pero la
aritmética es tozuda, la posibilidad de formar gobierno solo existe poniendo de
acuerdo en lo esencial a fuerzas políticas que ideológicamente tienen muchas
diferencias, pero que pueden compartir lo esencial de lo que he señalado más
arriba.
Hoy ya podemos dividir el
espectro político español en dos grandes grupos: el del inmovilismo cómodo y el
de aquellos dispuestos a tejer una acuerdo pese a que conlleve alguna
dificultad. No parecen muy razonables aquellas posturas en las que la mayor
parte de sus peticiones o planteamientos son de cierre, de bloqueo y exclusión
de otras fuerzas. O al menos no lo parecen si lo que se pretende realmente es
buscar un acuerdo.
Lo que tampoco parece razonable
es que después de estar esperando casi 20 días para sentarse en una mesa con el
PSOE -y eso después de que se les forzara por parte de otras fuerzas políticas-
y de apenas una reunión y media, alguien se levante directamente de la mesa sin
intentar por todos los medios buscar coincidencias con el texto conocido, o al
menos decir en qué debería cambiar para poder avanzar.
A los socialistas y a Pedro Sánchez
seguro que se nos pueden recriminar muchas cosas y sería una osadía pensar que
acertamos en todo, pero nadie puede negar seriamente que la búsqueda de un
acuerdo se ha realizado con sinceridad,
honestidad y coherencia. Ningún principio de justicia de progreso ha quedado en
entredicho en el acuerdo alcanzado; es más contiene la enorme virtud de ser
integrador y abierto a otras organizaciones y partidos políticos. Pero el
momento y las necesidades de España exigen que esto no sea suficiente.
Pedro Sánchez no puede, no debe
buscar un liderazgo político sustentado en la imposición de sus posiciones,
sino fraguar una presidencia capaz de aunar voluntades diversas. El país
necesita un gran impulso y los grandes temas económicos, sociales e institucionales exigen la
concurrencia de muchos actores con perspectivas muy diferentes e incluso con
diagnósticos divergentes. Y se equivocan quienes han planteado desde el primer
momento el acuerdo desde la exclusión. No
debemos olvidar que la propia existencia del Estado de bienestar es producto de
acuerdos y la transacción entre fuerzas conservadoras, liberales y
progresistas.
El contenido del acuerdo
anunciado es razonable y positivo. Es coherente y puede ser la razón para
construir sucesivos anexos con otras fuerzas.
Hay un hilo conductor, un relato bajo el que se dibuja una legislatura
de cambio para España y alienta la suma de voluntades sociales, empresariales y
cívicas en avanzar en las reformas y mejoras que necesita. Claramente impone
una agenda que restaña muchas de las heridas provocadas por los recortes y abre
la posibilidad a la ampliación de derechos y del catálogo de bienestar. Y
también creo que se prevén propuestas para
prevenir futuras y nuevas caras
de la desigualdad.
Como socialistas, como
progresistas, apoyar este acuerdo es el camino para poner las bases en el
objetivo de lograr la regeneración y reconstrucción económica, cívica y social, de España. Y lo es tanto la
posibilidad de incorporar más propuestas, ópticas diferentes y completar el que
puede ser un gran acuerdo para generaciones. Y puede que (enunciaré otro
anatema, por qué no soñar) un PP renovado y regenerado desde la oposición,
pueda acabar participando de la construcción de un modelo de país del que sería
un error que se descolgaran los millones de ciudadanos por ellos representados.
Los españoles miramos al norte de
Europa con anhelo y admiración. Quedamos obnubilados ante su estado social y
gozamos cuando vemos en la teleserie danesa “Borgen” cómo las fuerzas políticas
son capaces de tejer acuerdos en las cuestiones esenciales. Hasta que volvemos
a nuestra propia realidad y nuestro primer instinto es sacar el garrote
goyesco. Avanzar en esta coyuntura exigirá subrayar la cultura del pacto, por
supuesto sin renunciar a principios esenciales. Es lo que la ciudadanía
española nos ha encargado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario